martes, 3 de mayo de 2011

DE CAMPANARIOS Y CAMPANAS

           
            Campanarios y campanas son reclamos casi huecos, perecederos, en una sociedad de nuevas tecnologías que ahondan en el descrédito de prácticas ancestrales de vida comunitaria; otrora fueron faros de tierra adentro, guías de caminantes en noches lúgubres. Durante siglos, campanas y campanarios también ejercieron como administradores indiscutibles del tiempo en el medio rural.

            El campanario aparece más altivo y desafiante cuanto más agreste y escarpado resulta el terreno que lo circunda, porque es exigencia que el tañer de las campanas cale en los rincones más recónditos de los valles cercanos.

            Era costumbre en los pueblos de montaña, en especial en épocas de niebla y ventisquero, y en aquellos espacios boscosos donde atenazaba la presencia medrosa del lobo, que en el último piso del campanario siempre alumbrara viva la llama de una hoguera, como luciérnaga menuda en un mundo escaso de luces y de abundantes sombras. En los días de atmósfera cerrada, el tenue resplandor de la fogata se hermanaba, al unísono, con el picar simple de una campana.

            Muchos campanarios tienen una puerta exterior, por su carácter práctico y favorecedor de un acceso rápido, sin necesidad de traspasar los umbrales de la iglesia, e incluso algunos disponen de escaleras exteriores desabrigadas, de recia piedra.

            Suspendidas del campanario pendían varias campanas (dos, tres, cuatro...), precisos marcadores de las jornadas de trabajo y del asueto de los hombres y mujeres del campo. Los primeros toques, al rayar el alba, al reclamo de la misa matutina, indicaban al gañan el comienzo de su nuevo día de jornal. El tañer del "Ángelus", en pleno mediodía, era parada para el almuerzo y el leve sesteo posterior. Las campanadas del “Rosario de la tarde” anunciaban la retirada, el fin puntual de las labores agrícolas vespertinas, la vuelta a casa, la despida de los juegos infantiles de calle y, en definitiva, el regusto a recogida hogareña.

            Los repiques de campanas acordadas y sus cadencias rítmicas descubrían otros sentires: la llamada a la oración de los devotos creyentes; la alegría y jovialidad del domingo y días de fiestas; el bullicio de los sones de bodas; y la algarada de los bautizos con confites y "perras" a rebatiña, con dulces y quizás con chocolate. Mas un tañido de la campana ronca era un hosco cantar a muerte, siempre con acentuada melancolía si el sorprendido era un niño de la edad de párvulos. La campana, además, era sobresalto, reclamo a fuego, a catástrofe incierta, a auxilio furtivo en el silencio que envuelve la noche.

            La conversión de las pequeñas aldeas en villas, con propia jurisdicción, propició que en las Casas del Ayuntamiento luciera un pequeño campanil. Con su tintineo esta campana congregaba a reunión a los regidores municipales, a la vez que invitaba a los vecinos a asistir a estas sesiones de su concejo. En días señalados, la campanilla concejil, a toque bruñido, convocaba de forma especial a los vecinos para, juntos, encaminarse a efectuar, entre todos, tareas comunales, hoy descuidadas o abocadas al olvido: limpieza y adecentamiento de caminos, aclarado de regaderas, preparación de albercas, restauración de puentes y pontones, etc.

            Lástima que las campanas hoy hablen afónicas, en muchos casos, por las pústulas de mecánicos artilugios eléctricos, que sustituyen a los desaparecidos maestros campaneros y a los sacristanes, o simplemente enmudezcan para siempre. Tampoco los campanarios resplandecen como egregios centinelas del horizonte; otros edificios y antenas, horrendas diademas cazadoras de ondas hertzianas, son ahora impactantes muros visuales en sus entornos.

            El ruido de esta época, la denominada contaminación acústica, y el silente olvido nos hacen añorar otros tiempos pasados: aquellos de conciertos gratuitos, sin partitura, en espacios abiertos (sin duda fuente de inspiración del gran músico y escritor musical Antonio Baciero), donde nuestros oídos encontraban un sublime deleite, al percibir hermosas melodías armónicas que partían de los recios campanarios de los pueblos próximos, convertidos, entonces, en improvisados carillones.


Alcaraz (Albacete)