LOS VETONES VISTOS POR ESTRABÓN


         El geógrafo romano Estrabón publicó, hacia el año 7 antes de Cristo, el Libro III de su “Geografía”, obra completa que consta de un total de cuatro Libros. El autor describe en el Libro III la geografía física de las tierras de “Iberia” y anota algunas características etnográficas y antropológicas de los pueblos que la habitan.

Toros de Guisando: esculturas zoomorfas de los vetones
         Estrabón nunca visitó la península Ibérica, pero compiló con acierto los testimonios de otros viajeros y estudiosos greco-latinos como Eratóstenes, Herodoto, Homero, Aristóteles, Posidonio, Artemidoro, Polibio, Polión etc., a los cuales cita en su obra. Los pequeños errores de orientación geográfica y lagunas sobre medidas no desmerecen su gran aportación personal a la geografía descriptiva física, humana y económica.

         El Libro III consta de cinco capítulos y es en el capítulo tercero, titulado “La costa oeste con sus ríos principales. El Interior: Lusitania y pueblos del N.O. y N”, donde se escribe sobre la Lusitania, la provincia de la Hispania Romana que administraba el espacio de la actual comarca del Tiétar y sus proximidades. Esta gran provincia romana acogía en su área a pueblos muy diversos, mezcla de culturas antiguas heterogéneas donde predominan las fuertes y profundas raíces celtas e iberas: vettones, lusitanos, celticios, cynetes... Sin duda, el área de la Lusitania, en aquella época, era uno de los territorios menos conocidos, de ahí que la información que nos proporciona Estrabón sea poco exhaustiva.

         La lectura del Libro III  de la “Geografía” de Estrabón nos produce gran placer a aquellas gentes que mostramos interés por conocer la historia de nuestros antepasados más próximos. Este Libro hace mención a los vettones, los habitantes que poblaban estas tierras unos siglos antes de la llegada de los romanos a la Península Ibérica (año 219 antes de Cristo).

         El territorio que ocupó el pueblo vettón era muy amplio, extendiéndose por ambas laderas del Sistema Central desde las Sierras de Gredos, Ávila, Béjar y Gata hasta incluso, según algunos historiadores, más allá del Tajo (el Tagus para los romanos) hasta los Montes de Toledo por las Sierras de Altamira y Guadalupe, hasta alcanzar la margen derecha del río Guadiana (el río denominado “Anas” por los romanos). A todo este área controlada por este pueblo celta se le denominó la “Vettonia” (de ahí que al Colegio Rural Agrupado que acoge a los Colegios de El Raso y Poyales del Hoyo se le denomine C.R.A. Vetonia).

         De los vettones existen catalogados numerosos asentamientos en toda nuestra zona (Castrejón y Chilla en Candeleda, Arbillas y El Berrocal en Arenas...). Estos restos a veces se prestan a confusión con las chozas y majadas que han utilizado y siguen utilizando los cabreros, pues estos hábitat han perpetuado y reproducido, con leves modificaciones, los modos y maneras de construir del pueblo vettón. En otros casos, los lugares y enclaves donde fijaron los agostadores  los cabreros de nuestra zona son, a veces, los mismos que ocuparon nuestros antepasados los vettones.

         De la zona, el yacimiento vettón mejor conocido es el castro del Collado del Freillo, en El Raso de Candeleda. Se desconoce la fecha exacta de la creación de este poblado, pero se sitúa entre finales del s. III y comienzos del siglo II antes de Cristo, cuando este pueblo se ve amenazado por la presencia de dos pueblos invasores: primero los cartagineses y después los romanos. El castro ocupa una extensión de 20 hectáreas, está fortificado con una muralla de 1.800 metros  y de 2 ó 3 metros de anchura y dispone de fosos. El recinto fue abandonado cuando César, nombrado gobernador de la Hispania Ulterior allá por el año 61 a. C., consigue, con bastante esfuerzo, pacificar a las tribus que luchan contra los romanos entre el Tajo y el Duero.  Entonces los habitantes del castro son obligados a abandonarlo y comienzan a dispersarse. Aún se desconoce donde se establecieron estos moradores de El Raso; se baraja, entre otras, la posibilidad de que estas gentes fijasen su nueva residencia en la mencionada Augustóbriga (Talavera la Vieja), siguiendo la directriz de los romanos de ubicar a los “rebeldes vencidos” en las tierras del llano; por ende esta ciudad es la más cercana al deshabitado poblado celto-vettón.

          Retomando de nuevo a Estrabón, en esta obra que nos ocupa, el Libro III, y que reproducimos en parte, cita lo expuesto de cómo los romanos obligaron a bajar al llano a las tribus que vivían en las proximidades del Tajo. También, recopila unos pocos datos relacionados con las costumbres y el carácter de nuestros antepasados celtas.

         De los vettones, en particular, escribe una anécdota que nos retrata a unos hombres de poco mundo: “los vettones, cuando entraron por vez primera en un campamento romano, al ver a alguno de los oficiales yendo y viniendo por las calles paseándose, creyeron que era locura y los condujeron a las tiendas, como si tuvieran que o permanecer tranquilamente sentados o combatir”.

         De los pueblos celtas, en general, Estrabón apunta algunas de sus costumbres: “usan vasos de madera”, “duermen en el suelo” y, como los iberos, “se lavan y limpian los dientes, tanto ellos como sus mujeres, con orines envejecidos en cisternas”.

         Y dando unas de cal y otras de arena, Estrabón ensalza la valentía de los hombres y mujeres celtas e iberos, de estas últimas de una manera muy especial: “trabajan la tierra, y cuando dan a luz sirven a sus maridos acostándoles a ellos en vez de acostarse ellas mismas en sus lechos. Frecuentemente dan a luz en las tierras de labor, y lavan al niño y lo envuelven en pañales agachándose junto a un arroyo”. Por lo tanto, también deducimos, con esta expresión, que las mujeres tenían adjudicado un papel destacado en el cultivo de la tierra y en la producción de los alimentos básicos para la alimentación de la familia.

         Para terminar este recorrido por la Vettonia antes y después de ser romanizada, señalar que la traducción del Libro III de la “Geografía” de Estrabón, que hemos manejado y que reproducimos en parte, ha sido realizada por Mª José Meana Cubero, que también comenta la obra con José Millán León. Está editada, junto al Libro IV, por la Editorial Gredos en Madrid, en el año 1992. El volumen suma un total de 218 páginas.