domingo, 22 de enero de 2012



LOS COMIENZOS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA (1808)

LOS INICIOS DE LA GUERRA.

Con la llegada de Napoleón Bonaparte al gobierno de Francia, España se convierte en gran potencia aliada favorecida por las ambiciones de Manuel Godoy, el privado y primer ministro del rey español Carlos IV. La mayor potencia enemiga de Francia es Gran Bretaña, que tiene como aliado a nuestro vecino Portugal.
Es este contexto donde la alianza franco-española desembocará en varios conflictos bélicos donde destacaron la Guerra de las Naranjas (1801) contra Portugal y la guerra franco-británica que comenzará en 1803 y donde, en sus inicios, debemos resaltar el estrepitoso fracaso de las flotas francesa y española en Trafalgar (1805,) cuyo supremo objetivo era la invasión de la Gran Bretaña.
Con posterioridad a Trafalgar, Napoleón decreta el bloqueo continental prohibiendo el comercio de los puertos europeos con Gran Bretaña bajo la amenaza de la confiscación de mercancías y del proceder a su ocupación. La firma del Tratado de Fontainebleau (1807) con España autorizaba al ejército francés a atravesar la Península para invadir Portugal,  el colaborador británico, que una vez conquistado, sería dividido en tres zonas: una bajo control de Francia, otra asignada a Godoy (Alentejo-Algarve) y la otra (Entre-Duero y Miño) para el gobierno de los destituidos reyes de Etruria, la reina es una hija del rey Carlos IV.
A comienzos de 1808 las tropas francesas invaden la Península, sin encontrar resistencia, ocupando plazas importantes como Pamplona o Barcelona, sin que hubiese una respuesta militar española, máxime cuando el rey Carlos IV proclama el 16 de marzo que las intenciones de los franceses son pacíficas, aunque el rey está preparando con sigilo su salida hacia América.
Un día después de la nota real se produce el motín de Aranjuez, una sublevación popular que lleva a la destitución de Godoy y que culmina con la abdicación de Carlos IV en su hijo, en  Fernando VII (19 de marzo). Cinco días después las tropas francesas entran en Madrid. El lugarteniente en España del emperador francés es el general Murat, que luego sería nombrado rey de Nápoles por Napoleón.
Así, junto al estado de preguerra, se ha abierto una crisis dinástica que lleva a padre e hijo a enfrentarse veladamente: el primero busca recuperar la Corona y el segundo ser legitimado en su Trono, convirtiendo a Napoleón en el árbitro de la disputa.
Napoleón consigue que los reyes padres se encaminen hacia territorio francés, hacia Bayona, y de igual modo convencerá a Fernando VII para que también se aproxime hacia la frontera y después se adentre en espacio francés para poderse entrevistar y ser reconocido como rey de España. En este viaje camino de Francia Fernando VII será aclamado con alboroto y regocijo en los pueblos de su trayecto.
Una vez en Francia se producen las abdicaciones de Bayona con el destronamiento de los Borbones de España. Fernando VII es obligado, mediante amenaza de muerte, a abdicar en su padre (5 de mayo), pero el día anterior su padre, Carlos IV, había renunciado a la Corona en favor de Napoleón. Más tarde Napoleón cederá el Trono de España a uno de sus hermanos, a José I Bonaparte.
Antes de partir hacia Francia, Fernando VII estableció una Junta Suprema de Gobierno que se encargaría de gobernar el reino en su ausencia y que presidía D. Antonio de Borbón (su tío, el hijo del Infante D. Luis de Borbón, el que edificara el palacio de la Mosquera en Arenas).
La inquina del pueblo español ante los franceses, que extendían su presencia en el territorio, se fue incrementando, pero a la vez no había respuesta hostil por parte de las máximas autoridades nacionales que claudican ante los invasores. La reacción más contundente se produce con la sublevación del pueblo de Madrid el 2 de mayo, al enfrentarse a las tropas francesas para evitar que los restantes miembros de la familia real sean llevados a Francia. Horas después se produce la primera declaración de guerra a los franceses firmada por los alcaldes de Móstoles. Los enfrentamientos iniciados en Madrid se generalizaron por el resto de territorios y comienzan, también, los alzamientos populares en los territorios no ocupados por los franceses.
En las provincias y en algunas comarcas, ante la falta de respuestas de las autoridades e impulsadas por la acción popular, se constituyen  Juntas, como órganos de gobierno y defensa contra  los enemigos de la monarquía borbónica, contra los franceses y sus partidarios, los afrancesados. Desde mediados de julio se extiende la idea de que es necesario crear una Junta Suprema que aglutine y coordine a todas la Juntas Provinciales y forme un gobierno único, más cuando el ejército francés ha recibido la primera gran derrota en Bailén. La Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino queda constituida el 25 de septiembre de 1808, presidida por el veterano Floridablanca, sobre la que recae la autoridad gubernativa de la monarquía de Fernando VII frente al ejército de ocupación francés, refrendada su legitimidad por la aquiescencia del pueblo ante el vacío de poder producido.


LA JUNTA DE TOLEDO.

Desde mediados del s. XVIII los territorios peninsulares de España han sido divididos en provincias.  Arenas y sus tierras (Poyales del Hoyo, El Arenal, El Hornillo y Guisando), dependientes del señorío jurisdiccional de la Casa del Infantado, tras esta  división provincial quedan adscritos a la provincia de Toledo y al partido judicial de Talavera de la Reina, junto con algunas otras poblaciones del Valle del Tiétar abulense.
Una vez constituida la Junta de Gobierno de Toledo, una vez iniciada la Guerra de la Independencia, una de sus primeras actuaciones es la de mandar que se elabore un padrón para cuantificar cuantos hombres podrían participar en la formación de un ejército que hiciese frente a los franceses. Para ello se sigue un reglamento militar redactado en el siglo anterior donde se indicaba que podrían ser llamados a filas aquellos hombres con edades comprendidas entre los 16 y 40 años que alcanzasen la talla mínima exigible y no contasen con ningún impedimento físico.
Estos requerimientos para la elaboración de los padrones son enviados a todos los municipios y aldeas de la provincia para que, en menos de cinco días desde el plazo de recepción de la orden, los padrones fuesen remitidos a la Junta de Toledo.
Otra de las misiones importantes de la Junta consistía en catalogar y recabar los recursos económicos necesarios para equipar al ejército y mantener la maquinaria administrativa.
 En el caso de nuestra zona administrativa se constituyeron en este período la Junta Provincial de Toledo y la Junta de Talavera de la Reina, ésta última como órgano administrativo comarcal (esto está recogido en el documento del alistamiento transcrito de Poyales del Hoyo, véase la edición del "Almanaque  de 2012").
La Junta Superior de Toledo organizó un regimiento de caballería, “Cazadores Imperiales del Sagrario de Toledo”, y dos regimientos de infantería, ”Imperiales de Toledo” y ” Leales de Fernando VII”.

viernes, 6 de enero de 2012

LA EXPLOTACIÓN DE LAS FERRERÍAS EN EL VALLE DEL TIÉTAR


             La minería del hierro cobró especial relevancia en el Valle del Tiétar durante la Baja Edad Media, aunque es probable, como bien apunta el profesor Eduardo Tejero Robledo[1], que existiesen explotaciones prerromanas y romanas. El tema exige que especialistas en Geología, Minas, Hidrología, Arqueología Industrial, etc realicen un estudio interdisciplinar en profundidad. 
            La explotación de las ferrerías debió de ser tan intensa e importante en el bajo medievo que estos territorios del sur del alfoz de Ávila recibían el nombre de las Ferrerías de Ávila. Dos de los núcleos de población de la zona en sus topónimos registraban dicho sobrenombre: Arenas de la Ferrerías y Colmenar de las Ferrerías (hoy Mombeltrán). Los numerosos escoriales localizados en toda la comarca del Tiétar dan fe de la relevancia de las ferrerías: en El Gorronal de los de  Poyales, en Candeleda, en Arenas, en Lanzahíta, en Piedralaves, etc. 
            El hierro de estas tierras del sur de Gredos está relacionado, principalmente,  con la presencia de un gran bloque de calizas paleozoicas, que apenas aflora en la superficie al estar cubierto por otros materiales graníticos y sedimentarios. Su umbral exterior más extenso se corresponde con el área de La Tablada-Los Llanos, en Arenas. Una reducida parte de las entrañas de estas calizas, las Cuevas del Águila, es la más conocida, visitada y admirada por sus atractivas y sugerentes estalactitas y estalagmitas.
            En estos terrenos de suelos de arrebol, el mineral de hierro se extraía en diversos puntos en veneros a cielo abierto para después transformarlo en metal de hierro en las ferrerías, ubicadas en lugares próximos a los criaderos de extracción, en espacios donde además abundasen la madera de robles y encinas y la vegetación arbustiva de brezos y jaras que permitieran realizar carbón vegetal, con un alto poder calorífico, para alimentar los  hornos de fundición; y también exigían la presencia de cursos de agua permanentes que moviesen los ingenios hidráulicos anexos.
            Una ferrería de esta época contaba al menos con un horno bajo donde se colocaban capas alternas de mineral y de carbón vegetal que actuaba de fundente. A esta masa se le inyectaba aire procedente de grandes fuelles de cuero o pistones hasta que alcanzase una temperatura entre  800 y 1.200º C,  que era mantenida durante varios días.  Después, fuera del horno, se separaba la escoria y el hierro con un martillo o mazo hidráulico que golpeaba, a su vez,  sobre un gran yunque. Una vez obtenido el hierro en la forja o herrería se procedía a elaborar los útiles o productos manufacturados del hierro.
            Para la operatividad del fuelle y del martillo o mazo se construye una infraestructura hidráulica que constaba de un azud y/o toma de agua abierta en el curso de un río principal, de un canal de alimentación, de un depósito o pequeña balsa y de un canal de desagüe.  El agua desde el depósito o alberca  cae por una fuerte rampa sobre las ruedas hidráulicas que accionan el mazo y el fuelle de soplado. La infraestructura hidráulica y la tecnología de las ferrerías serían pues similares a las diseñadas en los numerosos molinos harineros localizados a orillas de nuestros ríos.
            La documentación sobre la explotación de las ferrerías del Tiétar es poco abundante y escueta. El profesor Ángel Barrios, el gran estudioso del medievo abulense, apunta que en el sitio de Los Llanos, en Arenas, el cabildo abulense era titular en 1303 de una fundición: “una rrueda de fondir fierro; (…) con I par de pellejos e su tablado”.[2]
             Ruy López Dávalos, señor de la práctica totalidad de la Trasierra abulense del Tiétar,  a comienzos del s. XV impulsó la producción de hierro y construyó hornos de fundición en Candeleda. El hecho queda recogido por el cronista de Juan II al hacer reparto del patrimonio de López Dávalos: “E a Pedro de Zúniga, Justicia Mayor del Rey, dio a Candeleda con ciertas herrerías que allí tenía el Condestable Ruy López Dávalos” (Crónica de Juan II, año decimoséptimo, cap. VI, 1423, BAE) (Tejero, 1980). 
            Durante parte del siglo XV el hierro del Tiétar surtía a Castilla y en especial a la demanda manufacturera para la fabricación de armas en Toledo, pero entró en fuerte competencia, sobre todo desde mediados de dicho siglo y centuria siguiente, con el producido en Vascongadas por su mejor calidad y por la puesta en marcha de un nuevo procedimiento de fundición del hierro: el sistema de fundición del alto horno, que permitía obtener hierro líquido que era vaciado en moldes y después derretido para convertirlo en un hierro más blando. 
            Ya desde el s. XVI la explotación de hierro en estas tierras parece ser testimonial y si acaso abastecería a algunas herrerías locales, a juzgar por la falta de referencias documentales en relación a las ferrerías.
Mª Lourdes Garro García        


[1] TEJERO ROBLEDO, E: “Emergencia del Valle del Tiétar a fines del  siglo XIV: Política de Ruy López Dávalos en su carta de villazgo” (Pp. 26-27)  en la obra de CHAVARRIA, J. A  y GONZÁLEZ, J. M. (Coord.): “Villas y villazgos en el Vallle del Tiétar abulense”. Ed. SEVAT. Madrid, 2000.
[2] BARRIOS GARCÍA, A: “Repoblación y colonización” (Pp. 298-299); en BARRIOS GARCÍA, A (Coord.): “Historia de Ávila. Edad Media (siglo VIII-XIII)”. Ed. Institución Gran Duque de Alba y Caja Ávila. Ávila, 2000.

LAS TIERRAS DE GUISANDO: UN DERROCHE DE GENEROSIDAD DE LA MADRE NATURALEZA

Las tierras de Guisando son hermosas y diversas, extendidas entre los 400 metros en las Gamellejas, en las cercanías del río Tiétar, y los 2.392 metros de altitud en el pico de La Mira, en pleno corazón del Macizo Central de Gredos, muestran paisajes diversos y cambiantes. Esta diversidad altimétrica y la abundancia de sus precipitaciones anuales, en un clima mediterráneo de inviernos suaves y veranos calurosos, hacen de sus paisajes y rincones una muestra heterogénea de ecosistemas diferentes que acogen una rica flora y fauna: desde los encinares, alcornocales y jarales del sur hasta los pastos y piornales de la alta montaña, pasando por una variada gama de espacios naturales y humanizados donde predominan los pinares y las tierras abancaladas para el cultivo de olivos, cerezos, higueras, castaños, nogales, manzanos, vides, etc, sin olvidar los robledales de rebollos y quejigos, los bosquetes de ribera en los que destacan alisos, sauces y fresnos, y los bosques de altura donde encontramos al perfumado enebro, a los coloristas serbales y a algún tejo. Una simbiosis casi perfecta entre las actuaciones del hombre y de la naturaleza. 
 El bosque de pinos resineros es el rey del nuestro paisaje, que convive, también, en los espacios más resguardados, altos y umbrosos con el pino albar y con algún escondido acebo. En el pinar destacan dos ejemplares de árboles emblemáticos: el “Pino Bartolo”, un albar con más de 500 años de antigüedad y el “Pino la Víbora", un resinero de más de 200 años.
 En el manto verde del pinar se refugian juguetonas ardillas, águilas, azores, tejones, jinetas, garduñas, zorros, jabalíes, ciervos y, recientemente, algún corzo. Entre la flora destaca la belleza de la rosa del monte mediterráneo, la peonía, los escaramujos, los espinos albares, las madroñeras, las coscojas, los brezos blancos y rosas, las retamas, las jaras, lentiscos, durillos, torviscos, oréganos, tomillos, cantuesos, etc. 
 Todo un embrujo de colores, olores y sensaciones que se acrecientan en la primavera, con el inicio de la floración: desde comienzos de marzo hasta entrado abril se visten de flores los árboles frutales como ciruelos, melocotoneros, perales, cerezos y manzanos y los más tempranos matorrales y pinos, que muestran a sus pies el hechizo de los diminutos narcisos silvestres o campanitas; en mayo nos embelesan los aromas del olivar y el azahar de los escasos naranjos y limoneros; junio es extraordinariamente sensual y embriagador, toda una borrachera de perfumes y cromatismos donde destacan los floridos piornales y escobares que deslumbran por sus amarillos y blancos, junto a los tonos morados del cantueso, los tomillos… y los castaños lucen su hermosa y espléndida flor, la candela. 

 El verano es la época del disfrute del murmullo del agua de nuestros ríos, arroyos y manantiales. El río Pelayos y el río Cuevas o Ricuevas son las dos gargantas serranas que cruzan nuestras tierras de norte a sur. Sus aguas se deslizan bravías e impetuosas en las épocas de lluvias y sosegadas y tranquilas durante el estío, entre lanchares y bloques de granito y pizarra. Estas aguas cristalinas forman de cuando en vez espectaculares saltos, bien labradas bañeras o “marmitas de gigante” y profundos encajonamientos denominados “callejas”. Charcos y charcas, hacen las delicias del bañista y del espectador ávido de sosiego y tranquilidad que se deja embelesar por placenteras sensaciones. Disfrutaremos viendo surcar estas aguas transparentes, con fondos de verde esmeralda, a la trucha común y a la arco iris, y revolotear a las juguetonas y multicolores libélulas. 
 Las aguas del río Pelayos se represan en tres piscinas o “charcas naturales”: El Risquillo, en el mismo casco urbano, El Charco Verde, a un kilómetro aguas arriba de la población, junto al camping, y la de Vega Reina, en las inmediaciones del campamento José Manuel Martínez. 
 El verano también es la época más propicia para disfrutar de la montaña y extasiarse mirando los nuevos horizontes y perspectivas que nos descubren las alturas. La sierra de Guisando es el Gredos más agreste y salvaje, en muchos casos desafiante e inaccesible y solo apta para los avezados alpinistas. Sorprenden la verticalidad de sus roquedos, en especial las paredes del Galayar y la majestuosidad de su risco más emblemático, el Torreón de los Galayos, que muestra altiva su figura de más de 250 metros de altitud, convertida hoy en símbolo de la Federación Española de Montañismo. No nos olvidaremos de la grandiosidad de los riscos de las cabezas del Covacho, de Arbillas y del Común, tantas veces plasmados en los lienzos de los grandes pintores de Gredos. Es recomendable no desviarse de los senderos señalizados y agudizar los sentidos para no dejar escapar ninguno de los atractivos que nos ofrece la serranía, entre ellos el poder observar a la reina de su fauna: la cabra montes. 
 El otoño es la estación más atractiva del año, todo un derroche cromático cuando los árboles se disponen a desnudar sus hojas y las cumbres nevadas muestran sus primeras “canas de nieve", a la vez que los atardeceres, que visionaremos desde las cimas y altozanos o desde los fondos del valle, despliegan su más exultante cromatismo: cubren el horizonte de un manto multicolor de arreboles, anaranjados, amarillos y una amplia gama de azules. ¡Que derroche de sensualidad!. Es la mejor época para disfrutar del monte y de sus encantos, entre ellos los paseos, la recolección de las últimas bayas y frutos silvestres (moras, madroños, endrinos…), el atractivo de sus hongos y setas (nízcalos, boletos, amanitas, parasoles…) y de espectáculos únicos: la etapa de celo de la cabra montés con las luchas entre machos que pelean con su impresionante testuz y del ciervo con su enigmática berrea. 
 Cierra el ciclo el atemperado y corto invierno, un remanso de paz y calma sorprendido por las crecidas de ríos y arroyos bravías, impetuosas… Y las nieves serranas y los días de lluvia invernales otorgan un clima de sosiego, tranquilidad y armonía que invitan a destapar la vivacidad de una primavera que se anuncia ya próxima y siempre madrugadora, presentando a finales de enero su mejor tarjeta de visita, los almendros y mimosas floridos.  
 Un derroche de generosidad y belleza de la naturaleza que tenemos que seguir cuidando y admirando. ¡No te lo pierdas y disfrútalo!.